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REGRESAR A JUN

Los lugares hacen a las personas, pero existen personas que hacen los lugares. Y Jun es un buen ejemplo. Regresar a esta pequeña localidad que se encuentra a escasos kilómetros de la capital granadina era muy fácil. Cuando recibí aquella llamada de teléfono para invitarme a presentar mi segundo libro, Recovecos, la respuesta no podía ser otra: sí.

El viernes 8 de febrero regresaba a su biblioteca municipal. Los reencuentros siempre esconden algo de especial, y entre los besos, los abrazos y las sonrisas no puedo negar que tenía un cierto nerviosismo (decidí no ocultarlo). En cada una de las presentaciones de Recovecos que voy realizando, uno se entrega con todo, pero volver al lugar donde un día me abrieron no solo las puertas, sino el corazón, siempre obliga a hacerlo con otra intensidad.
La gente iba llegando. Caras conocidas, y también nuevos rostros. La hora de la presentación se acercaba. El murmullo de los asistentes, el sonido de las sillas que se arrastraban, aquello para mí era ya una banda sonora para el acto que estaba a punto de comenzar. Pero lo que nunca me hubiera esperado, sucedió. Pocos minutos antes de las 17:30 horas descubrí que aquella casapuerta con sus historias, me volvía a regalar uno de esos momentos que resulta imposible olvidar. Entre todos los reencuentros, Elena. Allí estaba Ella. De nuevo con aquella sonrisa vestida de inocencia. -He venido a verte-, me dijo, -dejaste una huella muy grande- prosiguió, mientras me fui acercando a Ella para darle dos besos (no sé cuál de los dos estaba más nervioso en ese momento). Me tomó del brazo y nos quedamos charlando, o mejor dicho, se puso a hablarme mientras permanecí en silencio escuchando lo que aquella mujer de cuerpo menudo y con sus ojos llenos de luz comenzó a contarme. Lo que me dijo, me lo quedo para mí como secreto de confesión, aunque minutos después y públicamente le prometí que Ella aparecería como uno de los personajes en la novela en la que estoy trabajando. Elena me emocionó la primera vez que estuve en Jun, Elena hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas en el reencuentro. Los lugares hacen a las personas, pero en este caso, las personas hacen los lugares. 
Gracias a Aurora, la alcaldesa, a Rosario, la concejala de cultura, a Encarni y Carmen, por acompañarme en la lectura y dar voz a los poemas; gracias a Rosa, Angustias, María José y a César… Gracias a Encarni Puertas por poner la música y hacer que las casualidades volvieran a suceder. Gracias a Alma que vino desde la capital granadina y con la que ya se han puesto las bases para poner en marcha un proyecto que verá la luz en no mucho tiempo. Gracias a Charo, mi compañera de viaje en esta aventura de vivir, por sujetarme la mano en todo momento y hablarme al oído. Gracias a los mensajes de mi familia desde Rota justo antes de comenzar, para recordarme que siempre están ahí. Gracias a todos los que estuvieron, y a los que no, pero que me enviaron un mensaje de agradecimiento y de apoyo por regresar a este pueblo. Y gracias especialmente a ti, Elena, que te llevo en el corazón.




LA INSOLACIÓN DE CUPIDO
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En estos días de manta y abrigo, de bufandas, gorros y guantes. En estos días donde los ojos lloriquean por ese viento del norte, y la nariz entona las notas musicales del moqueo, nos hemos sentado alrededor de una estufa para recordar(nos) lo que una vez fuimos. Todos nos miramos y todos nos callamos.
El silencio no es de durar mucho rato.
Comenzamos a darle palique a la nostalgia de los tiempos, a reírnos de los instantes que la memoria guarda en algún lugar del cerebro, pero también de la piel. A sonreír por lo que nunca fue, pero pudo ser. A detener el reloj en unos años, que no sé si fueros mejores, pero que dejaron atrás pequeñas historias que no quedarán para los libros de historia, pero sí para ese libro de memorias que cada uno escribe a su manera.
Llegará el verano. Esta tierra se llenará de veraneantes, turistas anónimos y dueños de esas casas que permanecen cerradas más de trescientos días al año. Llegará el tiempo de la canícula, y la playa se convertirá en ese parque temático de sombrillas y flotadores, de bañistas, bañadores, bikinis y toples. Regresará con el asalto de las calles y las plazas por los veladores y las terrazas de los bares, y de esos que llaman pubs, en el sacrilegio de querer enterrar poco a poco el castellano por el inglés. Llegarán días de calor y de coches y más coches con sus cláxones y sus prisas en un tiempo que dicen que se dedica al descanso y al relax. Llegará el estío y las noches se alargarán. La playa nocturna se convertirá en el escenario de encuentros íntimos bajo la lluvia de estrellas de un agosto que verá que llega a su final con demasiada velocidad, por el ansia de asomarse a un otoño para que la nostalgia y la melancolía se reencuentren en cualquier casapuerta. Llegará con los amaneceres de princesas adolescentes que llevan en las manos sus tacones de cristal, y de príncipes azules descamisados. Llegará con las bibliotecas habitadas por los estudiantes de libros forrados de pegatinas de héroes musicales que duran lo que dura la canción del verano.
El silencio no es de durar mucho rato
Llegará. Llegará el verano y pasaré por el mismo lugar. Seguiremos viendo en nuestro recuerdo las puertas del Royal Cinema, y de aquella cola para comprar las entradas en los cines San Fernando, Playa y Florida. Seguiremos caminando y nos encontraremos la cartelera de cine colgada en la calle Padre Capote, en la calle Charco y en otros rincones de nuestro pueblo convertido en ciudad. Llegará el verano y bajo las estrellas de la segunda sesión, aquellos cines quedaron como el refugio de algunos para sentir que las fantasías no solo se proyectaban en las pantallas encaladas de cal.

Llegará el verano y sus puestas de sol. Con las prisas y las carreras de los empleados municipales recogiendo los toldos de la playa, mientras miraban de reojo a los jugadores de cartas, a los músicos de bañador punteando una guitarra y los besos de una pareja que se acababa de conocer. Llegará el verano de un Tambucho convertido en el salón minúsculo de una pizzería, porque el pez grande siempre se engulle al más pequeño. Llegarán las noches de verano, y las rutas de bares. Dejaremos que la Parra abra la carrera nocturna con sangrías, cervezas y juegos de monedas con dudoso final. Iremos al Nacional, al Fresa, al Patio, al Caracas, a los bares de macetones de cerveza, porque con cuatro duros en el bolsillo, el whisquy se lo tomaba el niño de papá y mamá. Y terminaremos la noche bailando en el April con las primeras luces del amanecer, sin olvidar que el Cortijo era algo más que un lugar de paso.
Llegará el verano y sus amores. Esos que una vez pensamos eternos, porque hasta el romanticismo piensa que nadie vendrá a derrocarlo de su propio altar de juventud. Llegarán las miradas, los besos, las caricias, las risas, los sueños que se despiertan sobresaltados por las despedidas hasta el próximo año. Año que ya nunca volverá a ser igual, porque las monedas que se lanzaron a una fuente como deseo, se las llevó el operario de la empresa de la limpieza, y nunca las dejó en la nave donde se guardan los objetos perdidos.
Llegará el verano de aquella adolescencia, el San Valentín a tiempo parcial y con un contrato de fijo discontinuo. Llegará para descubrir el amor de verano y se pondrá a trabajar como un loco, echando horas y horas, y sin ninguna propina que llevarse al bolsillo. Llegarán sí, llegarán los amores de verano con fecha de caducidad, pero que recordaremos para siempre porque pensamos que pudo ser para toda la vida. Algún inconsciente sigue escribiendo cartas de amor sin remite.
No sé lo que sucederá este año, pero cuando lleguen los días de calor, todo volverá a comenzar. Y es que al menos en nuestra adolescencia, el San Valentín fue un Cupido al que le tuvo que dar una insolación.
(Artículo publicado en Revista La Villana)