EL DÍA MENOS PENSADO

Los rumores, las apariencias y las tentaciones recorren los relatos que integran este libro. El dueño de un bar cuyo pasado algunos quisieran; un antiguo marine del ejército norteamericano reconvertido a carnicero; un pirata gaditano que le hizo sombra a Cristóbal Colón; los derroches carnales de una mujer fatal que juega con el futuro de los trasnochadores que buscan besar sus labios…

En cada una de estas historias se confunde la realidad con la ficción, el tiempo pasado se mezcla con el presente y el futuro; los lugares a veces nos parecen cercanos y algunos personajes protagonizan historias tan surrealistas que parecen de película.

ALFREDO Y EL PRESOSTATO

A veces sientes que la vida se te echa encima. Y si además te ocurre a las 7,15 de la mañana, intuyes que el día será diferente. Como era de esperar por esas leyes de la metafísica, el agua caliente dejó de caer sobre mi cuerpo oculto bajo una capa de jabón. El grito fue estremecedor. Tanto que los vecinos se agolparon en las ventanas del patio interior del edificio. La curiosidad siempre asoma la cabeza por cualquier hueco.

            Envuelto en una toalla y temblando de frío, me acerqué al termo. Había dejado de funcionar. Lo desenchufé y lo volví a enchufar. Nada de nada. Pensé que podría pasar alguna vez, pero que hubiesen programado su obsolescencia programada mientras me encontraba bajo la ducha, eso sí que no me lo esperaba.

            A las 9 de la mañana llamé al servicio oficial. Pedí que me mandaran a un fontanero. Amablemente me contestaron que ellos no tienen en plantilla fontaneros, que en todo caso podrían enviarme a un técnico especialista en conducciones de aguas y equipos de calefacción. Pregunté por el presupuesto y, mucho más amablemente que antes, me dijeron que la visita sería 38,50 euros, sin impuestos, tasas ni otros contratiempos.

            Cinco horas después, Alfredo entró por las puertas de mi casa. Uniformado debidamente de técnico especialista en conducciones de aguas y equipos de calefacción, se lanzó sin demora hacia el termo. Su mirada se iluminó. Sólo con verlo, sin abrirlo, me dijo el nombre del termo. Miiré a Alfredo con ojos de disculpa. Le dije que a pesar de llevar cinco años en la casa no había tenido el gusto de conocer cómo se llamaba el termo en la intimidad.

            Previa flexión corporal para extraer de su maletín las herramientas correspondientes y mostrarme el último modelo de Piojito´s Klavin Kein, se dispuso diligente a la reparación del termo cuyo nombre de modelo ya he olvidado. Tras diez minutos de silencios y conversaciones de la situación mundial de la pandemia y derrocar al gobierno en 24 horas, me dijo que había localizado el problema: el presostato no funciona.

            Como la curiosidad también se asoma por la boca, en este caso le pregunté qué era el presostato. Su mirada se clavó en mí. El silencio se hizo entre los dos. La música de duelo pistolero sonó de fondo con el volumen aumentando por momentos.

-¡Caballero!, es el presostato.

-Claro que sí-, afirmé.

-¡Señor! (ahora me había cambiado de título), el presostato lo dice su propio nombre.

-Claro que sí, volví a afirmar.

En ese instante, el presostato me había vuelto ignorante, y pensé en hablarle de la usucapión. Pero me abandoné a la sensación de la cobardía, porque nunca sabes a quién puedes tener al frente de un duelo lingüístico.

Mientras terminó de ajustarse los Piojito´s Klavin Kein, acabó de colocar la tapa. Tiene usted termo para otra temporada, me dijo con esa sonrisa de gladiador que había derrotado a los leones. Eso sí, ahora Alfredo no llamó al termo por su nombre íntimo, porque supongo que después de haber conocido a tantos a lo largo de su vida, es natural que se le olvide.

– ¿Cuánto es la gracia?, le pregunté.

– ¿Lo quiere usted con factura o sin factura?, me contestó.

LA VERDAD, AL PIE DE PÁGINA

Edward A. Murphy Jr. debe de tener un lugar de honor en la historia, y si no lo tiene, deberíamos hacer lo posible para que así fuera. Pero si Murphy y sus leyes son una referencia para el pensamiento de muchos, Forrest Gump debería ser considerado como uno de los personajes más influyentes de nuestra historia contemporánea. Para la posteridad nos dejó la célebre frase de que «tonto es el que hace tonterías». Me quedo corto al decir que aquella frase es una gran frase. Cuando Forrest espetó aquellas palabras dichas desde la más pura inocencia de la niñez, siguiendo la doctrina materna, todos pensamos: ¡qué gran verdad!, es así de simple.

Si continuamos con las teorías instaladas bajo el prisma de lo simple, podríamos afirmar por lo tanto, que mentiroso es el que dice mentiras. ¡Qué gran verdad!, podríamos pensar todos, o que gran mentira, también podríamos decir. No usaré el término anglosajón, ni seguiré esa tendencia actual para referirme a la mentira, porque de la mentira lo único que me interesa es que tenga poca vida, aunque por aquí se diga que tiene las patas muy cortas.

Las mentiras son necesarias. Las mentiras son tan necesarias, como imprescindibles. Son necesarias porque nos sirven como esa crema para suavizar nuestras manos, para hidratar nuestra piel, porque nos ayuda a superar la verdad cuando esta llega; porque la verdad cuando llega, se presenta en la mayoría de las ocasiones como aquella áspera realidad que nadie quiere mirar, y que mucho menos, nos toque de cerca. Y son imprescindibles, porque sin las mentiras, las verdades a veces no son muy creíbles. 

El problema de las mentiras es que se han instalado de una manera permanente en nuestra clase política. Me detengo aquí para recordar las palabras de un amigo que me aconsejó bien al decirme que nunca escribiera de política, porque  solo me traería problemas. Le dije que se tranquilizara, que de políticos me abstendría de hablar porque sé que tienen fácil mano para romperte la cara, pero que de política ya llevamos muchos años sin hablar de ella, y no seré quien saque el tema. 

No hablaré de políticos ni de política. Solo diré que nuestros dirigentes, los unos y los otros, los de un color y otro de ese parchís en el que se ha convertido la simbología partidista, juegan al cortoplacismo de lo que ellos (y ellas) hablan de política. Cortoplacisimo reclamando un voto útil para transformarlo en inútil al día siguiente. Cortoplacismo del hoy y mañana, porque para qué pensar de aquí a  treinta años, si cuando llegue ese momento estarán todos sentados en sus cómodos sofás de piel. Cortoplacismo de todos, porque se han instalado en una tamborrada (que más quisieran parecerse a los tambores de Calanda o San Sebastián), que les convierten en protagonistas de sus propias películas, ocupando horas y horas de televisión, de radio y de prensa, para contarnos un cuento.

Ya que hablamos de cuentos, que recuerden que antes de irnos a dormir, nos digan que las verdades están al pie de página, y que no nos traten como tontos.

Político es el que hace política, el resto, se llama sonajero.