NUNCA PENSÉ CRUZARME CON UN HÉROE 

  

Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.

Hoy quisiera hablarles de Paco. Paco no se llama Paco en realidad. Paco se llama también  José, Agustín o Jerónimo. O a través de un simple giro, Paco puede llamarse Carmen, Julia o Maria. Eso tienen algunas licencias literarias,  que se puede de repente transformar un personaje en otro y hacer de la realidad un mundo diferente. Y es que eso de la imaginación tiene más poder de lo que creemos, porque hacemos de ella un mundo, y a veces pienso que la realidad es real gracias al poder que nos da imaginar.

Paco es un poco de todos, pero Paco es tan libre como para no ser de nadie. Paco es un personaje anónimo, un perfecto desconocido para la gran mayoría. Menos para su entorno. Para su entorno es un ser extraordinario, un ser casi único que ha entrado en esa categoría que muchos denominamos, héroe. Lo que ocurre, es que no somos muy dados a no valorar a los héroes anónimos, porque una vez que los descubrimos, y en ese ánimo de infravalorar lo de los demás, deseamos convertirlo en una categoría superior, en esa que no es de este planeta y que llamamos superhéroe, con el simple ánimo de menospreciar. Lo lamento por esos que adulteran el sentido de las palabras. Paco no lleva un traje sobrehumano, ni se pone un disfraz azul con unos calzoncillos rojos, ni capa que le permita volar. Paco no se viste de negro y deambula de noche por las calles de nuestras ciudades, como un salvador de los males y de la infamias que afectan a la humanidad. Paco es un tipo bastante normal que se incluye en la categoría de lo que todos siempre hemos conocido como un ser común, que algunos prefieren injustamente llamarlo vulgar, pero que se ha convertido para los suyos en un héroe al que hay que seguir. 

Eso sí, Paco es un ejemplo a seguir, pero que no a imitar, porque imitar supone perder tu propia identidad y Paco está en contra de todo aquello que te lleve a no ser tú mismo. En eso, en su forma de pensar, Paco es un tipo bastante particular.

Hace unos días, unos lo llamaron temerario e imprudente. Y quizás no le faltaran mucha razón a esos que así lo calificaron, porque es cierto que algo de temeridad tuvo que existir para afrontar una aventura como la que emprendió aquella mañana. Otros, lo miraron con absoluta indiferencia y con una gran dosis de desprecio. La indiferencia todavía la puedo admitir, que no significa que la llegue a comprender, porque comprender lleva mucho de justificar. Pero el desprecio no lo pienso tolerar, porque juega más allá de un tablero donde las reglas no existen, y no entra dentro mis principios que el desprecio se convierta en algo que alabar, cuando más bien, supone algo que haya que erradicar. Pero claro, ese desprecio encuentra aún mucho apoyo por tantos y tantos que a lo largo del día, van por la vida a toda velocidad y menospreciando la vida de los demás. 

Aquella mañana, Paco supo cruzar la frontera y convertirse en un héroe. Paco quizás tuvo esa fortuna que todos deseamos tener, pero que él también se la supo a ganar. Durante el viaje que emprendió aquella mañana vio que otros como él quedaron en el camino. Otros que también recibieron insultos, menosprecios y burlas, yacían olvidados, pero que no dejaron de ser héroes porque el hecho de solo intentarlo ya supone un alto grado de heroicidad. 

Paco puede ser tú mismo, él o ella, ellos, vosotros y nosotros. Paco somos cualquiera de los que nos rodea y puede estar a tu lado, sin que te percates de ello. Pero en este caso, Paco es pequeño animal que cruzó una carretera, superó una frontera, por donde los demás viajamos a una gran velocidad sin percatarnos de esas otras vidas con las que nunca pensamos que nos íbamos a cruzar. 

EMPAPELADOS

 

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Las paredes empapeladas de ídolos. Actrices eternas. La mirada de la Bacall. Una Kim Novak de ojos felinos. Charo López desnudando el deseo de una época pasada. De una Transición que hoy miramos como una maldita etapa, como si fuera la única responsable de la porquería que hoy apesta en nuestra sociedad. El póster del cantante de toda la vida. De ese, que quizás puso banda sonora a un primer beso. Y la fotografía de ese otro, ese que fue una voz efímera que cayó en el olvido, y que sólo regresa años después en un programa de televisión, recordando a ese NODO que ahora se viste de color, y que dice que habla desde la democracia y la libertad.

Habitaciones empapeladas de sueños y fantasías. De estrellas que iluminan un cielo al que miramos cada noche y en la que vemos esas otras, que fugaces se marchan por el horizonte. Empapeladas de esperanzas. Porque la esperanza siempre mira al futuro y nunca se detiene en el presente. Alcobas adornadas con imágenes de héroes que un día descubrimos que su valor no alcanzaba el más allá, y que se transformaron con el tiempo en simple villanos. Fotografías que cuelgan en dormitorios de intimidad. Que llenamos de miradas ajenas y las convertimos en nuestras confidentes de tardes en soledad y de las noches de insomnio, donde las horas recorren los minutos, y los segundos, las horas que no se detienen en la oscuridad.

Aquella juventud encontró, en una iconografía idolatrada, una válvula de escape para alcanzar los sueños y los deseos que siempre se guardaron en pequeños cofres, que escondimos en el fondo de un armario o bajo el colchón de una cama. Aquella juventud siempre deseó encontrar referentes ajenos, donde apoyarse en cada nuevo camino que emprendía con la esperanza de no volver jamás hacia atrás.

Hoy son muchas las habitaciones que han perdido ese empapelado. Hoy esas habitaciones ya sólo conservan las huellas de aquellas fotografías, que estamparon los sueños de muchos, y que quizás se perdieron por nuestra propia desidia, o por cualquiera sabe qué otra razón.

Este año ha llegado lleno de citas y encuentros. Pero ya no seremos nosotros. Ahora serán otros los que nos recuerden que el mundo se sigue llenando de empapelados. Ahora serán otros los que empapelen nuestras calles. Los que llenen las plazas y avenidas de retratos de rostros amables, de sonrisas que se esconden bajo una máscara pintada de timidez, prudencia y honestidad. Este año serán otros los que cuelguen de las farolas esas luciérnagas de miradas convertidas en Grandes Hermanos que invaden nuestra intimidad. Este año, nadie se acordará de eso que alguien llamó contaminación visual, porque buscarán su justificación en esa propaganda barata que desluce la historia de las calles, las fachadas de los edificios, y aquellos lugares que por unos días le negarán su propia vida interior. Este año, nadie tendrá reparo en colgar en cualquier lugar a esos selfies de líderes que se construyen sobre pedestales de cartón.

Este año, la democracia se desbordará en cada cita electoral. Municipales, autonómicas, nacionales que están a la espera de la decisión de un político, cualquiera, que desee encontrar un motivo para salir a los escenarios a difundir mensajes que después se tiran en botellas que naufragan en medio del mar. Y saltaremos de una campaña en otra, sin descanso entre rostros que se venden por un puñado de votos, votos que para unos es la expresión popular, y que para otros, es el engaño y la estafa organizada del poder, ya sea de uno u otro color, que gobierna a un pueblo, pero que no sabe dirigirlo a su propio destino.

Como nunca se termina de aprender, al día siguiente de cada cita electoral, quizás alguien nos recuerde que nos acabamos de hacer un harakiri democrático. Y esos empapelados ya no nos volverán a mirar. Pensarán que habrá que esperar otros cuatro años para que se pueda volver a escuchar a la gente de la calle, a esa misma gente que un día caminando por su pueblo o su ciudad, se quedó observando el rostro de los empapelados, que durante años se escondieron en sus palacios de cristal.