LIVING CORAL

 

Somos unos anarquistas. Unos anarquistas en potencia, al menos. En el fondo de la condición humana, todos queremos vivir a nuestra manera: sin normas, sin reglas, sin obligaciones, sin compromisos. Libres. Queremos ser libres. Libres en ese concepto más amplio que supone la libertad. Pero somos como somos, diría aquél. No es que dicha expresión se convierta en un principio filosófico, pero a veces no existe mejor filosofía que la de un pensamiento simple que describa lo más básico del ser humano. Y ese principio lo podemos resumir en un concepto: el hombre plastilina.

El hombre plastilina es el que piensa que se moldea a sí mismo. El hombre plastilina se autoproclama libre e independiente, autónomo, cambiante a su libre albedrío y a la decisión de su única voluntad. El hombre pastilina no vive al pie de los caballos de la moda. Sigue sus propias tendencias, pero va siempre a la última. El hombre plastilina es el no va más de esta sociedad. El hombre plastilina sabe leer las señales de tráfico que se le cruzan en su vida, pero no necesita navegadores que le digan el camino que tiene que tomar. El hombre plastilina es un anarquista de sí mismo. El hombre plastilina es el fin último, ese que todos queremos alcanzar.

Somos hombres plastilina. Y como buenos hombres plastilina, el anarquista en potencia que todos llevamos dentro, no impide que un día nos convirtamos en  parte de ese rebaño que pasta «libremente» por el prado. No nos importa, aunque se nos olvide que hay un  pastor que nos vigila, y unos perros que controlan que ninguno se salga de ese rebaño de borregos en el que hemos decidido convertirnos. Porque como digo, eso forma parte de la esencia del propio hombre plastilina.

Muchos de esos hombres plastilina han decidido identificarse con el color amarillo, que les identifica y los distancia del resto. Los diferencia y los convierte en seres de otro mundo, y no lo llamaré planeta aunque alguno viva fuera de órbita. Los chalecos amarillos en Francia y el independentismo catalán se han apropiado de un color para destacarse del resto del rebaño. Unos por una razón y otros por otra, han ensalzado este color como manera de reivindicarse.

A los que somos gaditanos, a los que somos de esa cultura trimilenaria, a los que vivimos en este rincón de una Andalucía, y no pienso recurrir al tópico de que ha sido siempre maltratada, observamos con cierta sonrisa irónica como se han apropiado de dicho color. A los que vivimos en este extremo de una España que se abre en heridas, de una Europa que se olvida de sus ciudadanos y de los que llegan desde el otro lado del mundo, sonreímos cuando vemos que el amarillo se ha convertido en un símbolo de lucha. A los que somos gaditanos y el amarillo nos ha acompañado desde siempre como símbolo del equipo de nuestra ciudad, sonreímos con cierta ironía cuando otros proclaman libertades y derechos, libertades y derechos que ya hace más de un siglo esta tierra vio nacer y defender.

Si me permiten los hombres plastilina un consejo, decirles que Pantone ha publicado esta semana que para el 2019, el color de moda será el Living Coral.

 

UN CAFÉ PARA LLEVAR

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Ha apagado las luces, le ha dado dos vueltas de llaves a la cerradura y ha echado la reja de la puerta. Sonríe. Dice que se siente como John Wayne, cabalgando de espaldas a la cámara de aquella película en blanco y negro, mientras se encienden las luces de un cine de verano, y en la pantalla aparece las dos únicas palabras que conoce en inglés: the end

El calor aprieta de lo suyo. Pepe ha cerrado el bar a las doce de la noche del treinta y uno de agosto. En la puerta, un cartel anuncia que cierra por jubilación. Pepe nunca ha sido de letra pequeña, pero en esta ocasión, ha dejado una nota manuscrita: «Aquí yacen cuarenta años de mi vida. Si venís a buscar dinero, habéis llegado tarde. Si venís a pagarme lo que me debéis, podéis ingresarlo en una cuenta de ahorros a nombre de vuestros hijos o nietos». 

Ni medallas al trabajo, ni placas de reconocimiento, ni calles rotuladas con su nombre. Pepe ha echado el cierre al negocio y se marcha como él dice «a la sala de espera». Mientras nuestro pequeño mundo anda revuelto entre lazos amarillos de quita y pon, cambios de hora para envolvernos en el debate de un tiempo que se nos va de las manos; entre políticos que van a la gresca en discusiones que solo les benefician a ellos, porque el pueblo, ese pueblo al que ellos recurren en llamar, estamos a verlas venir, porque andamos bastante desorientados, por no decir que agotados; entre el burofax a un Presidente, porque los Franco no se gastan dinero en un requerimiento notarial, para evitar que se retiren los restos de un dictador, al que ya deberíamos haber sacado, porque su familia no ha pagado la tasa del cementerio; mientras todos están  más preocupados de lo que se dice en Twitter, que en escuchar al que tenemos a nuestro lado; mientras alguien pensó que el BOE hizo su agosto marchándose de putas; y mientras las pateras siguen llegando a las costas, con una Europa que es cada día que pasa, menos Europa; y mientras el contador de mujeres víctimas de esa violencia machista no hacemos que se detenga…,mientras todo eso sucede, y mucho más, Pepe ha echado el cierre con apenas mil euros en el bolsillo y pensando en cómo a partir de ahora, vuelve a llegar a fin de mes.

Pepe ya no volverá a poner más cafés. Ahora que llega el mes de septiembre y un cabañuelista anuncia que nos espera otro otoño caliente, y lo dice con la jactancia del que se burla de un pasado no muy lejano, y con la amenaza de que la historia vuelve a empezar, no sé si la solución es recetarle un antiinflamatorio verbal, pero esto para algunos parece que es el retorno a su edén.

Pepe ha echado el cierre, y ahora me pregunto quién nos pondrá ese café para llevar.