TAMBIÉN EXPLOTO

No soy ninguna estrella de redes sociales ni me hago videos virales, pero a pesar de la calma y la serenidad que intento transmitir a los que me rodean, también llega el momento de explotar y hasta de usar vocablos que, aunque malsonantes, vienen bien de vez en cuando utilizar porque es necesario desahogar hasta el lenguaje.
Estoy hasta la misma polla de todos esos que salen a la calle olvidando la situación en la que nos encontramos. Todos esos hijos de puta que están ayudando a que esta situación se retrase en encontrar una solución. A todos esos mal nacidos (esto será lo más suave que les digo) que parecen no darse cuenta de que estamos viviendo momentos que son de una extrema gravedad.
Y sí, estoy hasta los cojones de ver que hay gente que sale a la calle sin la más mínima precaución, caminando en pareja como si no pasara nada. Ayer no pude consolar las lágrimas de mi pareja, no pude acariciarle el rostro al verla llorar, ayer solo pude hablarle con la distancia que hasta dentro de mi casa mantenemos, porque ambos sabemos que tenemos personas cerca que forman parte de ese grupo de riesgo, de ese riesgo en el que yo mismo me encuentro por mi salud.
Y no hablo aún de las consecuencias económicas que todo esto tendrá, porque mi empresa también se verá afectada por esta situación y en la que todo mi equipo está trabajando en este momento para dar la máxima normalidad y a los que debo agradecer el esfuerzo que están realizando.
Pero sí, estoy hasta la mismísima polla de todos esos cabrones que van por la calle como si no fuera con ellos la cosa, a muchos que van de guay por la vida y que deberían esconderse en sus casas porque son unos sinvergüenzas.
En fin, creo que también llega el momento de que uno explote, porque tengo a mi alrededor a gente a la que quiero y que sé que su vida en estos momentos solo depende, tal vez, por un hilo de suerte.

LA POSVERDAD DE LA MANO EN LA NUCA DE RODRIGO RATO

El retorno de las fiestas navideñas se cubrió de nieve. El invierno de repente se hizo más invierno, y como cada año, en ese juego aleatorio de la climatología, apareció la gran nevada que los meteorólogos no supieron predecir, ni los conductores evitar. La culpa del caos en una autopista la tuvo el tiempo, la empresa concesionaria y el irresponsable viajero que tenía que volver a la rutina (eso es al menos lo que nos dijeron desde instancias gubernamentales). Lo cierto y verdad es que el final de la blanca Navidad se ha transformado en un infierno al que además le espera una cuesta de enero de la que cada vez se habla menos, de unos propósitos de adelgazamiento con dietas mágicas tras los excesos de una gula navideña; y del no menos esperado retorno del process por parte de unos políticos que han convertido el cinismo y la poca vergüenza en un teatro del absurdo, donde cada escena que representan ya no saben como superar la anterior.

En esta época postnavideña de polémica climatológica, y para que no nos faltara otro tema del que hablar, ha regresado a escena el que fue insigne vicepresidente del gobierno de Aznar, el gurú e iluminado secretario general del Fondo Monetario Internacional. Con la pose de soberbia que caracteriza a todo aquél que ha estado sentado en el trono del poder, hizo pública la oratoria venganza contra sus compañeros de partido y contra todos aquellos que tuvo enfrente (y a su lado). Libre de pecado y culpa, arrojó un derroche de disculpas a su actuación, atribuyendo a todos y al famoso mercado, la culpa y responsabilidad en la situación de insolvencia y crisis de un banco, que ahora parece lejana en el tiempo, pero que estamos pagando entre todos.  

Es posible que la postnavidad nada tenga que ver con esa posverdad de la que tanto se habló en un 2017. Pero estoy convencido que para el señor Rato, en su posverdad, aún no ha olvidado aquella mano en su nuca, cuando un agente de la autoridad lo introdujo en un coche de la policía como un delincuente común. No hay que alarmarse, la posverdad del exministro de economía todavía oculta algún secreto de Estado, un secreto que no sabemos si algún día conoceremos o si se quedará perdido en algún cajón de un despacho.

Tal vez, tampoco conozcamos esa misma posverdad de esos atrevidos jóvenes que sin ropa de abrigo, ni con kit de emergencia en caso de temporal de nieve, se lanzaron a la montaña en un cuatro por cuatro (cuyo producto es dieciséis por si nadie lo sabía), y se han hecho famosos por unos días, por cometer un acto de imprudencia que les pudo costar la vida. Han tenido su minuto de gloria, han aparecido en los medios de comunicación, han concedido entrevistas, han querido reprochar la actuación de los servicios de emergencia, pero eso sí, solo les disculpa que hayan admitido su imprudencia y que incluso hayan reclamado haber pasado por caja, pagando su correspondiente tasa, para el caso que los hubieran salvado de aquella situación.

¿Quién sabe si el señor Rodrigo Rato pagará algún día la tasa que estamos soportando todos los españoles en su nombre?