CON CHANDAL Y A LO LOCO

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Un sábado por la mañana. Un domingo matinal. Un día de fiesta en mitad de la semana. Las familias felices salen a pasear, a recorrer plazas, a buscar una terraza en este noviembre de difuntos porque el sol ha decidido salir radiante. Las familias felices recorren las calles, las avenidas del extrarradio de la ciudad, los parques de una naturaleza artificial. Pasean felices las familias. Los recién casados siguen aún tomados de la mano. Los padres primerizos empujan el carro de un bebé, que llora y llora sin parar, mientras el padre dice que hay cambiarle el pañal, y la madre, de reojo lo mira, y le dice que ya le toca de nuevo comer. La otra familia que se cruza se queda observando al bebé, mientras sujeta a su hijo que pedalea una bicicleta con cuatro ruedas, no se vaya a caer y estampe su cara en el suelo y terminen en el servicio de urgencias de un hospital que está saturado. Otra pareja que ya no se da la mano, se detiene ante la fachada de una vivienda unifamiliar, porque el perro que tira de él, no aguanta la incontinencia urinaria, y levanta su patita y se pone a miccionar.

Todas esas familias felices tienen algo en común: el chandal. Van vestidos con el uniforme de rigor, con un chandal de marca, de una de esas marcas de prestigio que aunque se hayan tejido en cualquiera sabe qué lugar, aquí es el reflejo de que las familias pueden seguir paseando felices en sus mundos. Sin embargo, nadie habla del daño que hace un chandal a las relaciones de pareja; nadie habla de que las familias son menos familia con ese uniforme deportivo; nadie dice que el chandal dominguero es el símbolo de esa rutina a la que algunos quieren acomodar a esta sociedad. Nadie lo dice, pero el chandal es el inicio de cualquier mal final. 

Al otro lado del océano, hace tiempo que algunos dirigentes también cambiaron el uniforme militar por un chandal con los colores de la bandera nacional. Pero eso es otra historia.

EL MERCADO DE LAS ALMENAS

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¡Hola!, me llamo Juan, aunque todos me llaman Juanito. Bueno salvo mi madre, que me llamaba Juan «Canela». Supongo que lo haría por eso del color de mi piel, aunque lo cierto es que se marchó de esta vida y nunca supe el por qué. Tengo casi medio siglo de vida y todos me miran diferente. Me imagino que será porque me quedé anclado en aquel momento en el que tenía doce años y ya no supe crecer. Dicen las malas lenguas que soy el tonto del pueblo, aunque que quieren que les diga, a mi me da que el pueblo es el tonto en esta película que llaman realidad. Todos se preocupan por aparentar lo que no son, de vivir lo que no desean, y de correr a toda prisa cuando quieren caminar lentamente y poder vivir, y todo, por dejar un día de intentar sobrevivir.

Me podéis llamar Juanito, porque lo de Juan «Canela» se lo reservo a mi madre que en paz descanse. Seré el encargado de mostraros esta nueva sección en el blog de Juan Antonio Gonzalez. De enseñaros mi mundo. Este pequeño mundo en el que me muevo a diario, en mi mercado de abastos, ese mercado que también puede ser el tuyo. En esta nueva sección os contaré a través de pequeños relatos, la vida de sus personajes. De Paco y María, los carniceros. De Matilde, la pescadera. Rafael, el dueño de la frutería…y de Perico, el guardallaves del mercado.

Esta sección contendrá once relatos, once instantes donde sus personajes tomarán vida y nos trasladarán a esos momentos que a veces pasan desapercibidos pero que pueden cambiar lo que nos rodea.

Pero esta nueva sección de relatos desear llegar más allá. Quiero que sea vuestra, y para ello me gustaría no sólo compartir las pequeñas y grandes historias que en los mercados de abastos existen a diario, sino que mostréis cada uno de vosotros, los mercados de abastos de vuestra ciudades, pueblos o barrios en los que vivís. Para ello esta sección tiene incluso su propia página de Facebook, donde os invito a compartir esas fotografías, e imaginar juntos todas esas historias que en los mercados se viven y que debemos luchar para que nunca lleguen a desaparecer.

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