¡OBJETIVO CUMPLIDO!

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El tiempo corre y nosotros con él. Y en esa vorágine en la que estamos inmersos, a veces tenemos la sensación de que se diluyen los momentos entre recuerdos que se difuminan por el paso de los días enmascarados entre semanas, y de semanas  que se pierden entre los meses que se nos echan encima de nuestras vidas. Sin embargo, hoy hemos tenido la oportunidad de detener los relojes para volver a recrear los inicios de Historias de una casapuerta (Editorial Libros.com), y para  compartir anécdotas que han sucedido a lo largo de estos dos años de vida.

Hoy el tiempo se ha detenido, y lo ha hecho para que Historias de una casapuerta cumpla uno de sus objetivos. Hoy hemos podido hacer realidad aquel compromiso que adquirí con Rolucán (Asociación Rota Lucha contra el Cáncer), de destinar los beneficios económicos por la venta de este libro a su favor, y de esta manera  ayudar en la medida de lo posible a la gran labor que se viene realizando por esta entidad.

Hoy el tiempo se ha detenido, y lo volvería a detener.

La casapuerta en la tierra de García Lorca

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El próximo día 29 de septiembre tendré la fortuna de presentar Historias de una casapuerta en la localidad de Jun (Granada), gracias a la invitación del Área de Cultura de su Ayuntamiento.

A partir de las 19,30 horas en la Biblioteca Municipal de Jun, compartiremos diversos textos, y recuperaremos aquella antigua tradición de mantener aquellas charlas sobre lo cotidiano de la vida que se producía en las casapuertas.

 

¿SUBE O BAJA? (final)

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El azar lo tiene todo calculado. No deja nada a su suerte. Todo está bajo su control. El azar es el dueño de nuestro día a día, y nos hace creer que todo lo que nos sucede, es por esa falacia de la libertad de decisión que dicen que tenemos. Somos unos ilusos. Algunos dirán que exagero, que no estoy en lo cierto, que el azar no tiene tanta importancia como pienso. Pero si no fuera así, que alguien me explique si no hemos venido a este mundo por un puro juego de azar, porque entre tantos millones de espermatozoides y un óvulo solitario, aquí nos encontramos, convertidos en el resultado de un infinito cálculo de improbabilidades. 

En este punto de la historia, hoy comprendo más que nunca que el azar es el dueño de todo. Porque por azar llegué a esta ciudad, por azar me instalé en la decimonovena planta de este edificio; y por azar he estado viviendo aquí durante quince años. Y si no hubiera sido por ese azar, no os habría confesado mi pánico a las alturas, y que un secreto convierte a tu amigo en tu mayor enemigo; y no habría revelado que una mentira nos lleva a otra mentira, y que como mentiras que son, apenas esconden pequeñas verdades. Por esa misma casualidad convertida en azar, la música ha dejado de sonar en mi iPod, y ha transformado el silencio, ese silencio que se esconde en el ascensor, en una trampa de la que me resulta imposible escapar. Por aquella enfermedad que tengo en los juegos de azar, conocí a la chica del noveno, la del vestido negro, tras salir una madrugada del casino donde ella trabajaba. Y por ese incontrolable mundo de lo azaroso, el ascensor se ha detenido en la tercera planta, porque ese ha sido el final de su trayecto, donde todo ha terminado. Como lo que está a punto de terminar. 

Son las doce del mediodía y el calor es sofocante. A esta hora podría estar tomando una cerveza en el bar de la esquina, celebrando los restos de la noche de San Juan. Pero cuando compruebo que estoy de nuevo en manos del azar, no me queda más remedio que conjurarme a él, pensar que es mi fiel aliado, y creerme, una vez más, que todo está bajo el control de mi voluntad. Sin embargo, llegado ese momento, descubro que el único aliado del azar es el tiempo. Y esa alianza, os confieso, es la que da por concluida la historia de mi vida, y diría más, de nuestras vidas.

Los cuarenta y cinco segundos que tarda el ascensor en bajar las diecinueve plantas, se han convertido en seis horas aquí encerrado. Lo cuarenta y cinco segundos que debían llevarme desde esa falsa cima de poder en la que me creía encontrar, hasta pisar los adoquines de la calle, se han detenido. El tiempo, como ya os dije, corre de una manera distinta en el interior del ascensor. 

Apenas logro oir algunas voces ahí afuera. Y sólo escucho unos murmullos lejanos que leen un cartel que dice: Ascensor fuera de servicio. Averiado. No logro que me oigan. No consigo hacerme escuchar. Apenas puedo ya respirar. Y el tiempo discurre; y mientras tanto me ahogo; y el oxígeno no me llega. Me asfixio. Y noto como los borbotones de sangre recorren mis pulmones. Mi cabeza va a explotar de la angustia que siento, y de la soledad de verme ante la muerte. Y mis ojos comienzan a desvanecerse, mientras mis manos se apoyan en el suelo del ascensor que está encharcado de sangre. No puedo más. En este último hilo de aire que puedo respirar, sólo os pido una cosa: que me juréis unos, y que me prometáis otros, que guardaréis como un secreto lo que habéis escuchado y visto aquí.

FIN