YA SERÁN OTRAS PLAZAS

 

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Desde que inicié esta experiencia de escribir en un blog y me convertí en eso que llaman bloguero, muchos son los temas que he intentado abordar. A través de pequeños relatos, de reflexiones que pueden ser más o menos acertadas, y de poemas, he pretendido observar de frente los distintos aspectos de la vida diaria, como la solidaridad, la soledad, el amor, la esperanza,…. Y siempre con el deseo de transmitir y comunicar sensaciones y emociones, de no dejar indiferente a nadie. Espero que alguna vez lo haya conseguido, y si no ha sido así, quizás vaya siendo hora de recoger las ideas, guardarlas en un cajón y tirar por otros caminos. Pero eso sí, cada vez que me he sentado frente a la pantalla del ordenador y he sentido cada letra del teclado bajo mis dedos, lo he hecho bajo una premisa básica, el respeto a las palabras.

Después de más de dos años embarcado en esta aventura personal, en la que se puede ver que existe un cierto trasfondo de aprendiz de escritor fracasado, me ha resultado ciertamente llamativo que algunos de los pocos o muchos que me han leído, han pretendido ver en mis reflexiones y en mis palabras, aspectos de mi vida personal, de mis vivencias cotidianas. Ya en alguna ocasión a estos lectores y lectoras, a los que agradezco desde aquí su tiempo por haberse detenido en leer mis escritos, les he aclarado que en ningún caso existe nada personal en ninguno de ellos. Bueno, a decir verdad, sólo en uno de los post publicados, existen dos líneas que contienen un aspecto de mi vida, pero a partir de ahí, nada de lo escrito tiene que ver conmigo.

Y sin embargo, hoy, tras varias semanas tirado en esa cuneta de palabras vacías, de encontrarme en un dique seco de ideas, os pido permiso para escribir, por primera vez, y espero que por última, de algo personal, muy personal. De hablarles de alguien muy importante en mi vida, y en la vida de los que me rodean. De hablarles de alguien que para muchos es un completo desconocido, pero que para otros, los que han tenido la oportunidad de conocerlo, estoy convencido que alguna huella en forma de recuerdo les habrá dejado.

Déjenme hablarles de Manolo o de Manué. Por estas latitudes tenemos la sana costumbre de acortar los nombres, de expresarnos de una forma diferente, y aunque para muchos pueda ser entendido como un ultraje a las palabras, desde aquí reivindico dicha forma de utilizar el lenguaje como una forma de identidad de una tierra, a diferencia de otros que de manera soberbia y altiva lo hacen con la suya. Pero no me quiero desviar, quiero hablarles de Manué, o como se le conoce en este pueblo, de El Torero. Este hombre de fina piel ruda curtida por las horas de sol, de amplios hombros y de grandes manos llenas de fuerza, nos ha dejado hace unos días. Este hombre apodado como El Torero no se ha vestido nunca de luces, aunque sí ha tenido y nos ha dejado una luz especial. Este hombre apodado como El Torero, nunca saltó al ruedo de una plaza de toros, pero sí se ha enfrentado a peores toros y cornadas que da la vida. Este hombre apodado como El Torero era la expresión de la bondad, la imagen de lo que conocemos como buena gente, de una gran persona, hijo de la razón como él mismo se etiquetó en alguna ocasión. Este hombre apodado El Torero, un mayeto que dejó sus manos y su amor en la tierra que labró. Este hombre apodado El Torero, detrás de su voz grave, siempre expresó su gran sentido del humor, su don de gentes y sus enormes ganas de vivir.

Este hombre apodado El Torero ya no se encuentra entre nosotros. Ya su ausencia nos ha hecho conocer a todos lo que es el vacío, un vacío que nos llena de recuerdos. A este hombre apodado El Torero, ya no lo veremos más torear por ninguna de las plazas de esta vida, y ahora serán otras plazas, otros afortunados, los que disfruten de su presencia, de su manera de lidiar con el día a día.

Gracias Manué, gracias Torero, gracias Papá.

 

…ES QUE NO SE PUEDE SER BUENO

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A la salida de la sesión parlamentaria de control al Gobierno de este pasado miércoles, donde curiosamente la guerra de las Sorayas se ha visto relegada a un segundo plano, a contrario de lo que viene sucediendo cada semana, y ante una intervención no «fina» del Sr. Pérez Rubalcaba (según sus propias palabras), la Sra. Dª Elena Valenciano afirmó lo siguiente sobre su jefe de filas: «…es que no se puede ser bueno». Después de pronunciar estas palabras ante un grupo de periodistas, ambos se marcharon escalera arriba, cabizbajos y lamentándose, porque al parecer, el líder de la oposición no había «apretado» lo suficiente al Jefe de Gobierno. La escena no tuvo desperdicio, la imagen ya hablaba por sí misma, pero es aquella expresión la que de repente me llamó la atención, porque sinceramente, esas cinco palabras encadenadas de dicha manera, no pueden pasar por alto lo que se esconde detrás de ellas.

Antes de continuar, quiero precisar dos cuestiones. En primer lugar, no quiero que se realice una errónea interpretación por y para sacarla de contexto, porque el contexto aquí es lo de menos; y en segundo lugar, tampoco resulta relevante que esta expresión haya salido de los labios de la Sra. Valenciano, porque igual hubiera podido venir de cualquier representante político de nuestro panorama nacional. Lo importante, como ya he apuntado con anterioridad, y sobre lo que quiero detenerme, es que esta expresión, que a simple vista puede resultar inocua, refleja el verdadero trasfondo en el que se mueve nuestra sociedad.

«…es que no se puede ser bueno.». (                        ). He guardado unos minutos de silencio, porque creo que un minuto es muy poco tiempo para guardar el debido respeto hacia aquellos que piensan que se puede ser bueno y que durante toda su vida han practicado la bondad como premisa en su quehacer diario. El ser bueno, parece que se ha convertido en un concepto que está en desuso, menospreciado por una sociedad que se burla de aquellos que siempre han considerado que la bondad debe ser un elemento a tener en consideración para tomar decisiones, para actuar, para caminar por la vida. Y no nos confundamos, para nada ser bueno tiene carácter de santidad, porque ni en la santidad existe la plena bondad. Ser bueno es tener la natural inclinación de hacer el bien. Natural, inclinación, bien. Tres palabras claves para definir y aclarar dicha expresión. Tres palabras claves que han sido olvidadas en dicha expresión y que se alejan del sentido de la misma. Con esa expresión, lo único que se hace es difundir que en el fondo, la bondad no lleva al fin pretendido por el hombre actual.

De esta forma, en el escenario en el que nos movemos, parece que ser bueno es ser lo que popularmente se conoce como «tonto», como ignorante del mundo y de la vida presente. Pero lo que ocurre, es que llegado a este punto, ante este desorden de principios, comenzamos a entrar en extraños espacios de tierras movedizas, donde es fácil que nos hundamos, que nos enterremos lentamente. En esos terrenos, nuestros pies no encuentran ese apoyo necesario para salir a flote y no tenemos la certeza de que tengamos la posibilidad de salir adelante. Y con este panorama, dicha afirmación tiene su razón de ser y se transforma en el verdadero lema de una sociedad perdida. Por lo tanto, a cada momento que pasa, se hace más evidente que «no se puede ser bueno», porque ser bueno no lleva a ningún lado, porque ese destino natural del hombre, ya parece no encontrar acomodo en la bondad y en la buena fe.

Ante esta visión que algunos llamarán catastrofista, me pregunto realmente si esas voces que proclaman dicha expresión «es que no se puede ser bueno», son voces legitimadas para llevarnos y guiarnos al resto de ciudadanos hacia un futuro mejor. Igualmente me pregunto, si mi padre y mi madre me habrían dicho en algún momento de la vida, que es que no se puede ser bueno. Permítanme que les diga que ¡no!. Aquel principio de bondad, de buena fe en definitiva, no viene inculcado por aquella generación de un pasado que a veces pensamos lejano, pero que hoy está siendo testigo final de sus días de que el futuro no se encuentra realmente en buenas manos.