LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ, PERO NO MUY LEJOS

En estos días hemos vuelto a ser testigos de las diferentes fórmulas de acatamiento de la Constitución española por parte de nuestros representantes políticos. Debemos reconocer el ingenio y la ocurrencia, e incluso hasta los gestos simpáticos, con los que algunos han expresado a su manera la sumisión a la normal fundamental que hasta el momento rige en este país, así como al resto del ordenamiento jurídico. La fórmula del «imperativo legal» inventada por aquellos impronunciables ya parece anticuada, casi no resulta llamativa, y visto lo visto, o mejor dicho, oido lo oido, parece indudable que estos servidores de lo público han ensayado más de una vez frente al espejo, su ocurrente manera de prestar juramento, promesa, o cualquier otro vocablo por el que lo hayan querido sustituir.

Sin entrar en consideraciones jurídicas, porque para eso están los órganos jurisdiccionales competentes que se han pronunciado acerca de la validez de las formulaciones empleadas, lo que sí parece evidente es que existe el espíritu de querer soslayar la verdadera esencia de ese acto político, con efectos administrativos. Como creo que el ingenio de todos estos servidores va más allá, imagino que cuando están firmando toda aquella documentación para acreditarse como nuevo cargo público, y cumplimentan sus datos bancarios sin que les falte el código IBAN, para que puntualmente les lleguen sus correspondientes emolumentos con cargo al erario público, pondrán al pie de página que lo hacen también bajo la premisa de la fórmula mágica de acatamiento que han elegido. Y por seguir imaginando, imagino que los billetes de tren, de avión y aquellas otras prebendas que reciben por su ejercicio de cargo público, también tendrán una nota al pie o una llamada de referencia, que diga que lo perciben bajo la ingeniosa manera de acatamiento elegida por unos aspirantes a trileros. 

No. No me quedaré en esa llamada demagogia económica de lo que pueda o no percibir el político de turno. No me quedaré porque sé que ese es el recurso fácil. Me quedaré con algo que me preocupa más: cumplo con mis propias reglas. Ese es en definitiva el mensaje que están lanzando. Mal empezamos, por no decir que continuamos.

Me preocupa que hace pocas semanas, a los votantes que fuimos a las urnas y a los que se nos pedía un ejercicio de responsabilidad y de confianza en el sistema, tengamos ahora que ver que estos cargos electos se dediquen a tergiversar el mensaje de su sometimiento al mismo ordenamiento jurídico al que eso sí, los ciudadanos estamos sometidos por aquello del imperio de la ley. Me preocupa porque están sembrando una desconfianza absoluta en ese sistema por el que están ahí sentados.

Haremos chistes de estas situaciones. Sonreiremos por las fórmulas mágicas usadas por esos que se llaman representantes de los ciudadanos. Y reiremos por no llorar. Pero mientras continuamos así, seguiremos como testigos mirando a otro lado, pensando que las formas, que no son forma sino fondo, no tienen importancia. Así que mañana vendrá de nuevo otro ingenioso que acate a su manera esa norma, que en el fondo pretende esquivar a su manera, y lo hará reproduciendo las palabras de Scarlett Ohara poniendo a Dios por testigo, y alzando la voz para anunciar que ya no volverá a pasar hambre.

Mañana será otro día, pero lo que el viento se llevó fue el respeto a los ciudadanos, convertidos en testigos sin cargo. 

 

De Pucela a casa

704 kilómetros. El navegador había calculado la distancia a golpe de GPS. Antes de arrancar el motor del coche, varios recuerdos se te echan encima. Por la mañana, Marina. Su sonrisa no se separaba de sus labios. Su amabilidad no era un edulcorante en la manera de tratar a los clientes. Y sus ojos, sus ojos escondían cierta timidez. Eso sí, Marina es el mejor tratamiento de rejuvenecimiento. Su <<¡hola chicos! ¿qué vais a tomar?>>, que nos dijo las dos mañanas que estuvimos desayunando en el mismo lugar, nos vino bien para quitarnos algunos años de encima. Pucelana pero con corazón gaditano, de esos que son imposibles de olvidar. Por la tarde, Rafael. Rafael y sus hijos Alberto y Charo. Llegamos justo a tiempo. Diez minutos de conversación rodeados de obras de arte: oleos, esculturas… Una charla amena. No pude ocultar algún gesto de nerviosismo. Rafael sonreía con la mirada. Restaba importancia a su generosidad. La serenidad de una voz que escondía la firmeza de sus palabras. Quise por un momento imaginarlo en su juventud. Un apretón de manos como despedida.

Estrella, Ceferino, Miguel y Cristina. OLETVM. Una librería donde pasar las horas, donde dejar que el tiempo transcurra y se convierta en ese olvido a veces necesario de no mirar el reloj, de no acudir al móvil en ese acto reflejo en el que lo hemos convertido, como si necesitáramos que alguien nos llamara. <<Que no suene>>, me dije en voz baja, haciéndole caso a mi subconsciente. Que nada me rompa en este momento la magia de estar mirando los libros perfectamente clasificados, leyendo sinopsis sin parar, releyendo las primeras frases de obras reeditadas; acariciando el papel de cada obra, ya sea de narrativa o de los poemarios. Quién sabe si entre ellos se estaba produciendo alguna conversación en aquel momento. Porque sí, porque reconozco que a veces imagino que la magia de la librería también se encuentra cuando cierra sus puertas. Porque creo que a veces los libros se hablan, ríen, lloran, y que discuten algunas noches de madrugada, y que solo callan cuando escuchan abrir de nuevo las puertas de la librería a la mañana siguiente. Sí, sí, no digáis nada, lo sé, es demasiada fantasía la que vuela por mi cabeza, pero eso fue lo que me ocurrió en OLETVM pocas horas antes de la presentación de Recovecos.  

Arranco el coche. Emprendemos la vuelta. Los recuerdos ahora son imágenes. 

 

Apago el motor del coche. <<Ha llegado a casa>> dice Marta, la chica del navegador que parece algo resfriada, porque la noche anterior trasnochó algo más de la cuenta. En casa. Deshacer maletas. La lavadora tiene trabajo. Llenar la librería con nuevos libros. Algunos ya colocados en el lugar reservado para las lecturas especiales. Pero como en casa nos hemos sentido en Valladolid. Y todo por Marisa y la compañía. Por Charo. Por Pilar y Rosa. Por el equipo de OLETVM. Por Mónica y los años que nos conocemos a través de las redes, hasta que nos pudimos dar un abrazo. Por Manu, que vino de Barcelona y hacer que la vida tuviera un antes y un después probando las tapas en la Tasquita. Por Deva, o Gloria, porque no solo ilustró mi libro, sino por lo gran persona que es. Valladolid fue hogar por unos días, y volaron las alas de aquellos ángeles para descubrir que la única distancia es no imaginar.

Y en OLETVM se reveló un secreto a los que asistieron a la presentación de Recovecos. Un secreto que iba escondido en una botella de agua de mar. De ese mar que viajó desde Rota a Valladolid. Un secreto que en pocos días dejará de serlo.