CULPABLE

DSC_1117

Me declaro culpable,
de dibujar sobre el pupitre
el garabato de un corazón

herido por una flecha sin punta.
Culpable de escribirte versos
en las puertas de los baños
de cada uno de los bares
que cada noche cerramos.

Me declaro culpable,
de llamarte a las cuatro de la madrugada
despertar los pájaros a pedradas
abrir las ventanas en otoño
y sacudir las sábanas, de las flores secas
que esparcimos durante el último verano.
Culpable de fumarnos a besos
lo que estaba escrito en una cajetilla
de cigarros americanos.

Me declaro culpable,
de escribir tu nombre
en el margen de un periódico
abandonado en la cafetería
donde nos ponían churros sin chocolate
y un café frío con sacarina.
Culpable de vaciar el cajero de aquel banco
arrojar las monedas a una fuente sin agua
romper las botellas de cerveza
contra una señal de prohibido el paso.

Me declaro culpable,
de saltarme los semáforos en rojo
cruzar la ciudad por la noche
apedrear las farolas de una calle sin salida.
Culpable de entrar en tu habitación
y robarte durante el insomnio
lo que un día soñaste entre pesadillas.

Me declaro culpable
de lo que tú te condenas inocente.

METAFÓRICAMENTE HABLANDO

 

 

PREMIO NOBEL DEL AMOR

Con los codos apoyados en la barra de un pub, donde han decidido incumplir el horario de cierre, olvidarse del limitador de decibelios y tachar el cartel de prohibido fumar, cuatro clientes agotan los restos de una copa de whisky de garrafa que ha perdido su color, pero que dicen que una vez tuvo etiqueta de cuarenta años. Apuran los últimos sorbos de alcohol entre los cubitos de hielo que han desaparecido en el cambio climático de una madrugada donde el único sexo que encontrarán será masturbarse en la soledad de las sábanas frías de una cama vacía. Hablan, hablan, no paran de hablar. En el aire denso de las horas, de las luces que se van apagando en uno de los rincones de ese pub del que he olvidado su nombre, encienden otro cigarro más, de una cajetilla de tabaco que se arruga y abandona entre los ceniceros llenos de colillas. El ambiente se hace irrespirable, pero hablan, hablan, siguen hablando sin parar. Y entre tanto, al otro lado de la barra, el camarero que a esas horas se llama barman, sube el volumen de la música y manda a la mierda los decibelios, para que ninguno escuche el sonido metálico de las monedas que caen al suelo de los bolsillos de uno de ellos, que se tambalea al levantarse de la silla donde llevaba dos horas sentado. Ríen, ríen, uno suelta una carcajada, y entre risas, siguen hablando sin parar. El camarero, ese que se sigue auto proclamando barman, se desabrocha un botón de la camisa negra que lleva, se aparta en silencio hasta el final de la barra y se queda observando de reojo la puerta por si llega la policía para cerrar el pub. IMG_1623

Creo que es demasiado tarde, no sé la hora que es, porque he perdido el reloj y el móvil se ha quedado sin batería. Me marcho, dejo un billete de cincuenta euros sobre el mostrador, para que el de la camisa negra se cobre y quede con la propina. Me marcho, ya es hora de acabar mi turno de noche, debo volver a sacar punta al lápiz del 0,5 con el que escribo a veces en las servilletas de los bares. Frases donde el verbo y el predicado buscan al sujeto perdido. Frases en forma de versos que envuelven pequeños mensajes sin sentido alguno, y que terminan arrugados y arrojados al cubo de una basura que nunca se recicla. Me marcho, pero dicho lo cual, espero que el dueño se ese bar convertido en pub que frecuento cada noche, no me aparte los servilleteros de la mesa cuando me vea entrar, porque cada día creo que vivimos de la única manera que sabemos, metafóricamente hablando.

 

 

 

LOS MANTEROS DE LA CARRERA

 

IMG_7912 2

Los relojes de Cartier a treinta a euros, los bolsos de Givenchy a cuarenta y el eau de perfume de Carolina Herrera a poco más de veinte. Si te llevas el lote completo, te lo dejan a sesenta euros y sin IVA. Nada importa que sean artículos falsificados, aunque algunos lo llamen de imitación. Nada importa que el vendedor no tenga papeles, qué nos interesa si es una víctima más de esas mafias a las que nadie pone rostro. Nada importa que los comerciantes protesten, aunque sus cuentas corrientes estén embargadas y no lleguen a final de mes. Qué nos importa nada de eso. Lo que nos importa es llevar en la muñeca ese reloj dorado y que luzca bien sus letras, que el bolso se balancee en el aire, y lo dejemos encima de la mesa de la cafetería para que el rumor despierte la envidia humeante en la taza de café de al lado, mientras le llega el aroma de ese perfume que ha sido rociado en un cuello que se ha quedado enrojecido.

Los medios de comunicación de vez en cuando, y cuando ese cuando interesa, nos muestran las imágenes de esos manteros huyendo de esa guardia urbana  convertida en los cazafantasmas. A quién importa dónde huyen. A quién importa nada mientras la escena se repite en todos los canales de televisión, y el alcalde o la alcaldesa de turno mira hacia otro lado.

Entre café y café, la noticia se desvanece lentamente, porque los impostores del copyright, los manteros de currículum y másteres que se sientan en la Carrera siguen a su propia greña, obstinados en encender cada mañana la mecha de los fuegos artificiales de su propia fiesta, en seguir explotando los petardos para que la mascletà nos deje sordos y cerremos los ojos ante el ruido. Y entre tanto, aparece el señor Maragall para decir que alguien ha dicho lo que él no ha dicho, a pesar de que dijera con todas sus palabras que la Ministra le dijo lo que le dijo, aunque al final no lo dijera; y es que una vez más, no hay reparo en escupir al aire otra falsedad, y poner a los ciudadanos a su propio precio de saldo. 

En San Jerónimo, unos manteros han abierto una tienda de productos falsificados, de artículos de outlet de fábricas que han echado el cierre porque se han marchado a otros países donde la mano de obra es más barata; la tienda permanece veinticuatro horas abierta, porque hasta durante la madrugada hay que vender algún petardo.