LA FACHADA

Tengo mi boca encarcelada, presa del tiempo.

El aire salino humedece mis labios cuando las olas rompen en el espigón y la espuma salpica mi rostro desconocido. Escribo esta carta a los pies de la dama que emerge en esta barca llamada Libertad. Una carta sin destinatario. Miento. Una epístola de mujer a mujer, pero cuyo nombre no pronuncio. Yo sigo oculta en esa botella que regresa a la orilla y busca la reconciliación del pasado con el presente.

Sucede entonces.

Tengo sus patadas en mi vientre antes de venir al mundo y asomarse en aquella noche de luna llena. Escucho su primer llanto, cuando lo posaron sobre mí para que su corazón y el mío latieran al unísono. Tengo su boca en mi pecho y siento la palabra Madre mientras amamanto sus primeras horas de hambre fuera de mi útero. Tengo su mano cogida a la mía en la puerta del colegio, su beso de despedida hasta la hora de comer. Guardo ese garabato dibujado en un papel, el corazón atravesado por una flecha y el nombre de su primer amor de verano. Tengo mi brazo sujeto al suyo, para unirlo a otra mujer junto al altar.

Entonces sucede.

Los gritos, las palizas. Los silencios. Las lágrimas naufragan en mis ojos. Me duelen las patadas de un canalla en las entrañas de esa mujer que ha dado la vida a mi nieto. Siento cómo agoniza el corazón de ella, mientras el mío es un despojo en este vertedero de la ansiedad. Me llamo Natalia. A este lado de la reja quién soy. La madre de un maltratador que nunca debí entregar a esta mujer.

Hoy necesito encontrar la libertad, escapar de esa culpa que otras miradas han pintado en la fachada de mi casa.

DE MUJER A MUJER

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Observo esta noche el espejo donde te has mirado,
en tus labios que han dejado paso a esa boca
perfilada con el carmín de una rosa que ha estallado en invierno.
Observo en el cristal dónde se encuentra tu mirada,
tus ojos ignorantes del momento en el que el rímel
sabrá deslizarse en algún momento.

Observo tras la mirilla cómo se alejan tus pasos,
sin poder tomarte del brazo,
porque nunca olvido cuando me dabas la mano.
Observo esta madrugada que los cuentos de hadas,
que las princesas con tacones de cristal
que viajaban en calabazas convertidas en carruajes,
corren por la boca del metro abiertas al amanecer.

Observo tu cama vacía, el frío pegado en las ventanas,
tus cascos sonando con una canción
que no puedo tararear porque mi garganta no traga saliva.
Observo tus fotografías colgadas en la pared,
el tiempo que se nos ha marchado,
las arrugas de mi piel.