MAMBRÚ SE FUE A LA GUERRA

A estas alturas del relato (qué nos gusta un relato) no sé si el pacifismo ha perdido la guerra. En el panorama actual, casi resulta utópico pensar en la existencia de una convivencia en paz, en la armonía como concepto de las relaciones individuales y sociales. Y es que las guerras (y las batallas) tienen tanto peso en la historia de la humanidad, que por obvio que parezca, parece que lo olvidamos.

La sociedad del siglo XXI necesita de una escenificación bélica. O eso parece. No hace mucho tiempo (la eternidad es algo que sucedió ayer), en la información diaria de la lucha contra el COVID, un alto responsable del ejército español comparecía para dar a conocer su particular parte de guerra. Uniformado como correspondía, lo suyo no era informar sobre el número de bajas (para eso estaba el señor Simón), pero sí nos recordaba que las calles estaban seguras y que en el enclaustramiento forzado, nada nos debía preocupar. Por su parte, Antonio García Ferreras nos contaba las batallas de aquella guerra. Hoy continúa con su estilo periodístico «de minuto y resultado», pero tal vez tengamos que decirle que traiga de nuevo a su repertorio aquel mensaje final en el que nos decía: «aguantamos, seguimos, resistimos».

Aquella guerra contra la invisible, o más bien contra ese bichito que algún murciélago se encargó de transformar en arma letal (los tebeos de Batman bajaron sus ventas) ya no abren las primeras páginas de periódicos ni de informativos. Ahora la guerra, la real, la de los misiles, los tanques, los aviones, las armas de contrabando legal y los bombardeos, se encuentra en esa frontera entre la vieja Europa y Asia. Cada día, un Putin encorbatado (desoyendo los consejos de Sánchez sobre las corbatas) y un Zelenski, disfrazado con un polar caqui comprado en el Decathlon, son las portadas de las noticias.

Hace unos años, en aquellas otras guerras en los países del medio oriente, los analistas, que hoy han pasado a denominarse expertos, nos anunciaban que las guerras del futuro estarían integradas por batallas tecnológicas, objetivos selectivos, daños colaterales de escasos efectos. Aquellos analistas llevarían razón, pero la destrucción de edificios en Ucrania resulta tan evidente, como evidente es que nadie nos muestra los otros dramas que vivimos en países más cercanos como los que existen en el continente africano.

Y aquí, mientras algunas potencias mundiales se frotan las manos, en la Europa desunida, en la España desunida, estamos inmersos en esas batallas, consecuencia o no de la guerra entre los bloques de un lado y otro del nuevo «telón del gas», y la discusiones andan en la pelea de la barra libre fiscal con whiski de garrafón.

Cuando Mambrú se fue a la guerra, nadie le dijo que el petate vacío era lo único que conservaría.

PIPI Y MARCO SE ENCUENTRAN EN TINDER

Desde antes de aquella declaración de estado de alarma, que nos llevó a meternos en nuestras madrigueras para escapar del enemigo invisible y cuyo nombre no quiero recordar, no había vuelto al gran parque temático del mueble y decoración que es el supermercado del «tú te lo montas solo en casa». Hay que reconocer que estos suecos son admirables, con unas simples instrucciones te conviertes en maestro de bricolaje. Hasta este mismo que les habla, cuyas habilidades en ese mundo nunca han sido dignas de destacar, ha sido capaz de ensamblar una mesilla de noche (que todavía sigue en pie), montar una lámpara con luces LED y que no se hayan fundido los fusibles.

En mi regreso al paisaje amarillo de esa tienda no puedo ocultar cierto nerviosismo. La imagen de normalidad, sin mascarillas ni geles desinfectantes, vuelve cuando subo aquella escalera y comienzo a seguir la flecha que me indica el camino. En mis primeros pasos no quiero apartarme del recorrido que tan hábilmente han colocado en el suelo. Cada símbolo direccional se encuentra ubicado de manera estratégica, me insinúa que desviarme de él puede significar mi perdición. Estos suecos saben lo que hacen y, por una vez, no se han hecho los suecos.

En el recorrido me siento en un sofá, después en un sillón relax. En este lugar no existen carteles que te prohiban tocar, todo lo contrario, siéntase usted como en su hogar parece ser el lema de esta república independiente de su casa. Sigo caminando e imagino cómo un piso de treinta metros cuadrados puede convertirse en un lecho de amor, y todo por unos pocos euros, porque la máquina registradora ya se encargará de darme el susto cuando pase por caja. Pero antes de acabar el sinuoso recorrido, me tumbo sobre una cama y allí observo el cielo poco atractivo de la nave en la que me encuentro. En eso creo que los suecos deben mejorar.

Desciendo las escaleras, me espera el ordenado almacén. Las calles numeradas, las estanterías señaladas, los objetos colocados en su correspondiente lugar. El autoservicio está más que servido. Los uniformes amarillos no paran de ir de un lado a otro. «Para cualquier cosa que necesite, no dude en consultarme» me dice una chica pelirroja con coletas y su cara salpicada de pecas. No, no es la famosa Pipi Lansgtrump. Esa chica tan amable no tiene parecido a la niña repelente, cuyo apellido me recuerda a un expresidente norteamericano que nunca tuvo que llegar al poder. No, la chica de la tienda nada tiene que ver con la niña del cuento sueco que iba montada en un caballo, simulando una valquiria. La joven del uniforme es una estudiante, una chica de veinte años que trabaja unas horas para sacarse un sueldo y pagarse los estudios, porque la beca que ha pedido no sabe si llegará y, si llega, lo hará cuando el curso esté a punto de terminar.

Salgo del complejo comercial. No me he perdido, las flechas me siguen indicando el camino. Pero confieso que he tomado algunos atajos, que en mi desvío del itinerario establecido me he saltado alguna parte del recorrido. Tal vez los suecos se hayan hecho los suecos y hayan perdido parte de su propio camino, porque su ejemplo de democracia tiene ahora a la ultraderecha en el poder. Pongamos nuestras barbas en remojo, porque no sabemos si primero fueron los suecos los que se hicieron los suecos, ya que en las elecciones italianas se aventura que algunas flechas parecen haber tomado destino equivocado.

Dicen algunas lenguas que Pipi y Marco, aquel insoportable niño que buscaba a su pobre mamá, se han encontrado en el Tinder.

EL GATILLAZO

No estamos preparados. Siempre pensamos que llegado el momento, sabremos encontrar la respuesta. Y el momento llega. Pocas palabras y las miradas perdidas. El silencio es un bálsamo que acompaña la interrupción temporal del éxtasis. Lo siguiente, una frase hecha obtenida de algún libro de autoayuda: hoy no era el día, mañana seguro que no volverá a suceder.

Seguimos sin estar preparados. No hallamos una solución. Lo volvemos a intentar, pero nada, otra vez estamos igual. La esperanza se transforma en esa jugada de rugby que es la «patada a seguir». Esa donde un jugador lanza una patada a la pelota para evitar que el contrario lo agarre y eludir el choque entre los fornidos de este deporte que en Inglaterra dicen que es practicado por brutos que son señores. Sin embargo, esta jugada de ataque esconde otra realidad: me quito el balón de encima y que sea lo que Dios quiera.

Del 11S apenas se ha hablado hoy en los medios de comunicación. Por lo menos, de aquel acontecimiento que cambió el curso de nuestra reciente historia, ya que la atención está puesta en los fastos fúnebres de la reina del imperio británico. Pero del otro 11S, de ese donde Cataluña celebra su día, de ese sí se ha hablado porque el independentismo se ha apropiado de la Diada. De nuevo lo usan como reclamo para volver a salir a la calle y recordar que el deseo de independencia sigue vivo. Muchos dicen que están divididos e inmersos en otras batallas; que lo ocurrido en aquel otoño del 2017 se convirtió en un gatillazo y que los indultos han servido para calmar unas aguas que ahora no bajan revueltas, pero que será más por la sequía que por otra razón.

Pero gatillazo, el que algunos desean que tenga la Vicepresidenta segunda del Gobierno. La señora Díaz tiene revueltos a todos, a los de un lado y los del otro. Iglesias no habla, pero posiblemente crea que la proclamación dactilar de la vicepresidenta fue un gatillazo que ha transformado a Podemos en Pudimos.

Mañana tengo cita telefónica con mi médica.