Lo invisible

Hace dos semanas tomé esta fotografía y puse el objetivo de la cámara en un punto (posiblemente desenfocado). Pero catorce días después, la imagen es diferente a lo que mis ojos observaron en aquel momento.

En aquel instante no vi lo que ahora no observo. Tal vez, hoy mire lo que en aquel momento no observé. Erramos y acertamos al mismo tiempo.

Corre, corre, que te pillo

El tiempo corre. Cuando el año está a punto de despedirse y le restan unas horas, tengo la impresión de que ralentiza las agujas del reloj. Por un instante, ese tiempo hace parada y fonda y se detiene en el resumen que hacemos de un calendario que será arrojado a la basura, como un desperdicio más. Es una extraña sensación de aparente melancolía. Nos evadimos al examen de conciencia, donde incluso la memoria inventa un repaso distorsionado de la realidad a su propio antojo.

El tiempo vuela. El nuevo año llega dando codazos. Parece que siempre viene con prisas. Si fuera por él, no tendría inconveniente en ser un hijo prematuro, porque asoma su cabeza de manera insistente. Tanto es así que lo esperamos con la inquietud del sonido de las campanadas, de esa música que ahoga lentamente a ese otro año que despedimos.

El tiempo. Siempre el tiempo.

Cuando llega este día, las imágenes del año se agolpan en ese escondite que el cerebro deja para los recuerdos. Y como todos, o casi todos, en ese afán cinéfilo de montarnos nuestra propia película, durante unos minutos, las miradas se pierden recreando cada escena de otro año que se marcha.

Me gustaría olvidar este 2024, donde el revelado de los negativos de esas imágenes del desastre de Valencia y de otros puntos de España, todavía ahogan mi garganta. Pero como la vida se refugia en la esperanza, deseemos que el 2025 nos traiga mejores instantáneas de la película que vamos a estrenar dentro de pocas horas.

Os deseo todo lo mejor. Sobre todo mucha salud. Feliz año. Feliz 2025.

Un mundo incierto

En estas fechas, echo de menos aquel cruce de correspondencia. Los sobres con matasellos de otros lugares, que fueron un destino posible en el pasado y hoy te devuelven los recuerdos de otros tiempos. En esta época del año, echo en falta las verdaderas cartas con mensajes de felicitación. Esas postales navideñas que hemos sustituido por emojis en mensajes de WhatsApp y correos electrónicos masivos deseando una felicidad enlatada. Echo de menos, sí, echo de menos el auténtico mensaje escrito a mano de alguien que se encuentra lejos, pero te desea con sinceridad los buenos propósitos para el futuro, enmarcado en un calendario pendiente de que le arranquemos la primera de sus hojas.

Me pregunto cómo será vivir estas fiestas en el hemisferio sur del planeta. El calor y el ambiente cálido siempre nos lleva a tener una mirada diferente y, posiblemente, el cambio de año y la celebración de la Navidad nada tenga que ver con nuestra manera de interpretar la fría realidad de este otoño y de un invierno que acaba de comenzar. Aquí, a este lado del ecuador terráqueo y, mejor dicho, en el occidente de esta Europa continental, percibo un aire de nostalgia y melancolía. Una sensación de miedo y tristeza, de desasosiego y desaliento. De abandono, sobre todo de demasiado abandono, por culpa del odio que se ha instalado entre unos y otros. Y por desgracia, esto es lo que nos rodea.

Alguien dirá que estamos atrapados por el pesimismo de nuestros pensamientos y de las palabras rotas que intentan expresar las emociones. Tal vez sea así. Pero a este mundo incierto, que no es tan diferente al del pasado y, ni mucho menos, al del futuro, ha llegado la mirada inocente de un niño. Con el movimiento impulsivo de sus manos y, quién sabe, si con perplejidad al escuchar el vocabulario de unos seres adultos que intentan comunicarse con él, a través de un lenguaje que no es su propio lenguaje, durante unos días, el centro del mundo ha sido él. Y no, no han llegado los reyes de oriente para adorarlo. Pero sí ha tenido a su alrededor el amor de toda una familia.

Dentro de un año, cuando llegue la próxima Navidad, recibirás mensajes y felicitaciones. Y durante esos días escribirás tu primera carta. Le harás un garabato a un papel, trazarás las líneas sobre una hoja en blanco de lo que serán tus sueños y tus deseos, de esas ilusiones que espero nunca olvides.

Aunque has llegado a un mundo incierto, bienvenido al mundo Matteo. Te queremos mucho, nuestro Matteo.