Detrás del burladero, los cuernos del hambre aún despuntan astifinos. Sin embargo, dicen por esos corrillos taurinos, tabernas y tabancos, que eso de la crisis comienza a ser agua pasada. Dicen que ya aprendimos a atarnos los machos y que ya bregamos lo suficiente en esas corridas de plazas vacías, por no llamarlas malos tentaderos. Dicen subalternos y apoderados que ya hemos tomado la alternativa, que ya es hora de que armemos el taco. Dicen por esos mundos de Dios, que ya en 2015 y 2016, veremos como por fin nos asomamos al tendido de la plaza, llenándola hasta la bandera, preparando nuestros pañuelos blancos en petición de rabo y oreja.
Durante estos años, hemos visto pocas corridas de primera, porque nos hemos convertido en simples espectadores de pésimas tientas de tentaderos de carteles de tercera. Hemos comprobado como en ese orgullo torero, y a la primera de cambio, los viejos maestros de luces apagadas han saltado al ruedo, han entrado al trapo de unos que dicen ser figuras del toreo, pero que, para los viejos espadas, son simples novilleros. Esos antiguos maestros han pisado el albero gritando a viva voz que a ellos no les torea nadie y, en una mala tarde, han querido sortear la suerte del acoso y derribo, aunque ya no quieran reconocer aquellos, que ni siquiera saben lidiar a unos simples cabestros.
Ahora en este circo romano, que los íberos transformamos en plazas, se ha cambiado el tercio. Hay quienes dicen ser figuras del toreo, que ya en su día hicieron un paseillo, seguro que en plazas de segunda, o incluso de pueblo. Pero todos, los unos y los otros, dicen que ha llegado la hora de la verdad, que hay que coger el toro por los cuernos, y que hacer de vez en cuando algún desplante, no es sólo vergüenza torera, sino saber encontrar el camino de llegar a la suerte suprema.
En estos dos años que afrontamos, hay quienes aún nos pide que les echemos un capote. Que cada toro tiene su lidia. Y en esta hora taurina, todos se quedan mirando al tendido brindando la muerte de un toro, que para otros ha perdido su casta por una estampa de mansedumbre y trapío. Ahora, los viejos maestros, primeros espadas de luces apagadas, y valientes novilleros y espontáneos que saltan a plazas de primera, quieren llegar a rematar la faena, porque después de tantos años, ahora dicen que no hay quinto malo y que hay que abrir la puerta grande, la del Príncipe, que ya es Rey, o la de las Ventas, que para eso nos han Comprado. Y que de una vez por todas, el toro dé la vuelta a la plaza después de dejar su última sangre tras la última puntilla que ha buscado.